Paula Carbonell entrevista a Isidro Ferrer para el Boletín n.º 29 de AEDA.

 

Esta no es una entrevista al uso porque el entrevistado no es un tipo al uso, con veintidós premios en su haber, entre ellos: el Premio Lazarillo 1996, Premio Nacional de Diseño 2002, Premio Nacional de Ilustración 2006 o el European Design Awards en 2008, Isidro Ferrer sigue tomándose cervezas como si tal cosa y además colecciona las etiquetas, etiqueta piedras, hace fotos que solo él entiende y mira el mundo con una curiosidad insaciable para después tallar realidades y convertirlas en sueños (incluso en sueños rotos).

Es un tipo afortunado, incluso si la fortuna siempre es relativa, que se lo digan a él. Isidro disfruta con lo que hace y se nota; en realidad los afortunados somos los que tenemos la suerte de deleitarnos con su trabajo y con sus reflexiones y de conversar con él.

Comenzamos el cuestionario.

IsidroFerrerFoto tomada de aquí.

¿Te contaron cuentos de niño? 

No demasiados.

¿Quién te los contó?, y ¿qué cuentos recuerdas?

No recuerdo a mi madre ni mi padre contarme cuentos en la noche. Mi padre era un gran fabulador, pero un fabulador de domingo por la mañana. Sus recuerdos de infancia en su pueblo, Villarreal de los Infantes, contados durante los desayunos del domingo cubrían mi necesidad de fantasía. 

¿Le has contado cuentos a tus hijos? 

Sí, muchos.

¿Por qué? 

Porque vivíamos el momento del cuento con mucha intensidad, era un espacio de regalo mutuo, cada noche yo les aportaba ese tiempo de felicidad y ellos me regalaban el asombro y las preguntas. 

¿Qué cuentos? 

De todo tipo, leídos, memorizados o inventados. Cuentos que Elena y yo comprábamos  pensando en ellos, otros que compraba pensando en mí, y cuentos que me interesaban especialmente como, por ejemplo, los de Gianni Rodari. 

¿A tu pareja? ¿A tus amigos? 

En la última conferencia que impartí en Valencia, en el turno de preguntas alguien del público me dijo que yo en realidad era un cuentista. Me lo tomé como un cumplido. Me gusta fabular, me gusta elaborar relatos a partir de mis propias vivencias o de las ajenas, relatos que incorporo a mi anecdotario particular y del que me sirvo a menudo en público.

¿Crees que hay diferencias entre Narración y Teatro? De ser así ¿cuáles son esas diferencias? 

Sí, el teatro comparte la materia prima de la Narración, pero no es lo mismo; El teatro es la puesta en escena, la representación de un texto con las herramientas propias del arte dramático. Quizás las diferencias estriban en cómo se enfocan uno y otra y la relación que se establece con el público. Una relación más próxima, más íntima y desnuda en la narración, y más compleja y estructurada en el teatro.

¿Recuerdas qué cuentos contaste? 

A mis hijos les he contado infinitos cuentos, recuerdo algunos memorables como Panamá o las aventuras de mis siete tíos de Cendars, o los Cuentos para niños no tan buenos de Prévert. Fíjate que mi hija se llama Alicia por el personaje de Lewis Carroll y Hugo debe su nombre al autor de Corto Maltés. El cuento siempre ha estado presente. 

¿Cómo ha influido en tu vida esa formación teatral? 

Yo creo que mucho, y de forma vital, Uno es consecuencia en gran medida de las experiencias vividas y del bagage que aporta cada una de ellas, mi experiencia teatral me ha dotado de ciertas herramientas que uso en el desarrollo de mi trabajo, también me ha dotado de una forma singular de mirar  y percibir cuanto me rodea.

¿Qué es contar?, ¿es un arte, un elemento de uso pedagógico, una tradición…? 

Contar puede serlo todo y puede no ser nada ¿puede ser un arte? Puede serlo ¿puede tener un uso pedagógico? También ¿es una tradición? Sin duda, pero no en todos los casos.

¿El Arte (del narrador o del ilustrador) debe ser comprometido? 

No necesariamente, el arte es una expresión personal elaborada, el compromiso es una opción personal que puede vivir acompañada de una intención artística, o no, pero el compromiso no es una obligación, es una decisión que cada cual debe tomar con absoluta libertad. 

¿Crees que, ahora mismo, se está confundiendo el compromiso con el adoctrinamiento? 

Vivimos en una sociedad tremendamente politizada, con una intención muy clara por parte de los grupos de poder de rentabilizar el compromiso de los ciudadanos y de los agentes que intervienen en la Cultura. Da la impresión de que se nos obliga de forma forzada a estar comprometidos con todo y en todo momento, comprometidos con los derechos humanos, comprometidos con el medio ambiente, con la paz mundial... Siento que a menudo es un compromiso forzado, dictaminado por un interés utilitario y partidista que obliga a adoptar y demostrar posturas y actitudes de combate. Esa actitud constante de compromiso obligatorio y exigente que se focaliza especialmente  sobre el sector  Cultural, es un arma utilizada por ciertos sectores, de la izquierda fundamentalmente, para dar validez intelectual a sus posturas políticas. Los políticos necesitan de la voz y el compromiso activo de los intelectuales y agentes de la cultura para validar sus argumentos ideológicos. Creo que existe un uso interesado y torticero de la Cultura. 

¿Es necesario hoy en día ser un buen orador? ¿Por qué? ¿Para qué? 

Facilita las cosas, no sé si es necesario, pero el uso de la oratoria facilita alcanzar ciertos objetivos. En la sociedad contemporánea el individuo ha abandonado su necesidad de “ser” y la ha sustituido por la obligación de “representar”. No se busca “ser” sino representar el “ser”. Para “ser” obligatoriamente se necesita tiempo, tiempo para construir la identidad en base a la experiencia y al conocimiento, para “representar” lo único que se necesita es fantasía, una fantasía que construye artificios de cartón sugerentemente decorados con el objetivo de seducir. Con este fin la oratoria cumple perfectamente su función encubridora y persuasiva. 

¿Para parecer?

Sí, para parecer, para aparentar.

¿Piensas en imágenes o en palabras?, o ¿ piensas en imágenes y en palabras? 

En imágenes y en palabras porque las palabras siempre están asociadas a las imágenes y las imágenes lo están a las palabras, y esos dos espacios de significado y significante en imágenes y palabras están constantemente interactuando entre sí.

Eres ilustrador y diseñador, dos mundos cercanos y a la vez muy alejados entre sí, quizás, sintetizando mucho, podríamos decir que la ilustración se basa en la evocación ,eres tú quien decide, y el diseño en la concisión (en parte decide un cliente), pero me da la sensación que, en cierto modo, has logrado comunicarlos, contaminarlos (si obviamos lo peyorativo del término) ¿es así? ¿cómo lo logras? 

La verdad es que no lo sé, no tengo ni idea de cómo logro las cosas, si es así tampoco soy muy consciente. A pesar de que la ilustración y el diseño trabajan fundamentalmente con imágenes, hay instrumentos propios de cada uno. Digamos que la ilustración contiene un tiempo de lectura e interpretación y del que el diseño carece. El diseño requiere una lectura muy rápida, y usa imágenes de impacto para atrapar al lector de forma inmediata, la ilustración, en cambio, tiene un tiempo de lectura mucho mayor, con lo cual puede hacer uso de argumentos narrativos. La eficacia del diseño se nutre de la claridad de la idea, de la riqueza del concepto; la eficacia de la ilustración se basa en la capacidad para establecer una relación armoniosa, estrecha y rica en matices con el texto. Ese manejo de los dos tiempos de lectura, hace que existan diferencias sustanciales a la hora de proyectar y actuar en uno u otro terreno. 

¿Y no crees que lo que está sucediendo en este momento en muchas ocasiones es que se están “contaminando” tanto una de otro y que se les exige a los ilustradores ir a tanta velocidad que se pierde esa riqueza, ese tiempo? Por supuesto, hablando del panorama actual en el que se viven las cosas de manera muy rápida.

Sí, la rapidez es uno de los grandes peligros de la actualidad. Un peligro dentro del oficio, no solo como realizadores de imágenes, sino también como consumidores de esas mismas imágenes. Somos voraces consumidores de imágenes y lo hacemos a una velocidad de vértigo. No hay tiempo posible para prestar atención a todo lo que vemos, engullimos visualmente de una manera pantagruélica, sin filtro, sin orden, sin criterio. Nietzsche formulaba tres tareas de aprendizaje por las que son necesarios los educadores: aprender a mirar, aprender a pensar y aprender a leer y escribir. Parece que en el ámbito educativo nunca se ha contemplado esta necesidad de enseñar a mirar. Aprender a mirar significa “acostumbrar el ojo a mirar con calma, con paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo”. Deberíamos reeducar la mirada. Por otro lado la principal y casi exclusiva fuente de información visual en estos momentos es la que nos proporciona el entorno digital, y en ese maremagnum caótico de información desestructurada, las imágenes pierde su valor, se ven desprovistas de su historia, de su propósito, de su contexto y se banalizan en exceso. Las imágenes, que nacen con una intención determinada, se vacían de sentido, se mutilan. Una imagen desprovista del contexto que la hace significante, pierde su validez y se vuelve insignificante. Desprovistas de carga semiótica, lo único que les resta a las imágenes es su valor estético, y esto no es suficiente, solo es la fachada del edifico de la comunicación visual. 

Siempre que te he escuchado en una conferencia, en una presentación, con amigos… da la sensación de que para ti, casi todo es susceptible de ser contado o de ser transformado en un cuento, con su estructura clásica: algo que empieza, que continúa, y acaba; y en ese continuar suceden cosas o acciones como las que describía Propp y siempre hay una puesta en escena. ¿Lo percibes tú así? 

Sí, así es. Una charla, una conferencia, es un acto de comunicación donde se debe tener en cuenta al receptor que es el público. Cuando veo conferencias o charlas de compañeros de oficio no deseo asistir a un muestrario de proyectos conocidos, sino a un acto de emociones compartidas.

¿Te escondes tras la historia o tienes un doble que la cuente? ¿O en realidad hay más de ti de lo que quisieras porque como buen narrador no te puedes esconder?

Tengo varios dobles, no uno solo. Hay distintos Isidros que conviven en el mismo cuerpo y cada uno de ellos se manifiesta en función de las circunstancias. Cada Isidro hace uso de una máscara, intuyo que con mayor o menor acierto. Parafraseando a Rimbaud, “yo soy todos los otros”. Para lo público uso una máscara que matiza mi vulnerabilidad y me ayuda a superar el miedo escénico y en lo privado la máscara es más liviana. 

Pero a pesar del uso de esas máscaras que me conceden cierta seguridad, intento que el discurso sea verdadero.    

¿Qué no contarías? (además de tu vida privada), ¿o qué imágenes no mostrarías, porque ya nos has dicho que piensas y cuentas en imágenes y en palabras? ¿Por qué?

Aquellas imágenes que puedan herir a otras personas. 

Lo que uno cuenta está en función del grado de intimidad que se establece con el interlocutor, hay espacios para contar unas cosas y hay espacios para contar otras. Cuando imparto una charla, una conferencia, busco generar un espacio de comunicación único, que se desarrolla y pertenece a ese espacio y a ese momento, y que desearía que  fuese respetado. El problema es que a menudo no se entiende así, porque se ha perdido la frontera entre lo público, lo privado y lo secreto. A los asistentes a una charla se les puede contar ciertas intimidades porque confías en ellos y en su discreción, confías en que aquello que trasmites permanezca en el ámbito de lo privado, que sea respetado. El problema es cada vez con mayor frecuencia lo privado se transfiere a lo público de forma inmediata a través de la tecnología y aquello que tiene carácter de confesión, fuera de contexto, adquiere una lectura diferente. Esta constante desubicación del sentido de lo dicho y extrapolación de un terreno a otro entre lo público, lo privado y lo secreto, genera una merma en la comunicación, porque intentas a toda costa evitar lugares de conflicto. A la larga condiciona en exceso el discurso, que por principio debería ser abierto, generoso y sincero. El humor, la ironía, la mordacidad, fuera de contexto puede resultar muy violentos. Así que cada vez soy más cuidadoso con el cómo y qué cuento, minimizando al máximo los posibles espacios de conflicto. ¡Un muermo, vamos! 

Ya hemos acabado.

¿Ya?

Sí. Gracias infinitas.